Francisco de Asís sentía y trataba a los animales como sus hermanos, ya que son, como el hombre, -animal también-, criaturas de Dios, nacidos de la misma mano de un mismo Creador de todo lo existente.
Prdicó con su ejemplo y se afanó en explicar que no maltratar ni hacer daño a los animales es el primer deber de un humano, pues las personas tienen la misión superior de estar al servicio de ellos. Sin duda el Evangelio apoya esta aseveración, quien más tiene más tiene que dar; los últimos serán los primeros; quienes tienen más poder deben usarlo para proteger a los más débiles y no al revés.
San Francisco hablaba y predicaba a los pájaros y bandadas de aves se reunían ante el santo mientras él hablaba.
En el libro Las Florecillas menciona San Francisco que los pájaros lo escuchaban atentamente:
"San Francisco alzó los ojos, y vio en los árboles una gran multitud de aves; y muy sorprendido, le dijo a sus compañeros: ‘Espérenme aquí, mientras voy a predicar a mis hermanas las pequeñas aves’ Entró en el campo, comenzó a predicar a los pájaros que estaban en el suelo, y de repente todos los que estaban en los árboles llegaron a su alrededor, y todos lo escucharon mientras San Francisco les predicaba, y no volaron hasta que los bendijo.”
Otro de los milagros por los que contribuyerona su canonización fue congeniar con un feroz lobo que aterrorizaba la zona donde vivía, en Gubbio, volviéndolo manso y colaborador, ambos se reunían con la intención por parte de Francisco de amansarlo y reconvenirlo, rezó y lo bendijo acercándose a él diciéndole:
"Ven aquí, hermano lobo: Te mando en el nombre de Cristo que no me hagas daño a mí ni a ninguna persona".
Obedeció el cánido cerrando la boca, bajando la cabeza y, lentamente se arrastró hacia San Francisco, que seguía hablándole y le pidió que hiciera las paces con la gente del lugar para que estuviesen tranquilos y, con ello, no lo persiguieran más. Aceptó el lobo el compromiso inclinando la cabeza, moviendo los ojos y la cola para indicar conformidad con las palabras del santo, quien se aseguraría de que el pueblo de Gubbio lo alimentara regularmente al aceptar el lobo la promesa de no volver a hacer daño a ninguna persona ni a ningún animal. Santo y lobo estrecharon sus manos, el lobo le dió la mano al santo, tras la petición de Francisco:
"Hermano lobo, quiero que mes jure lealtad con respecto a esta promesa, para poder confiar completamente en ti".
El lobo vivió en Gubbio interactuando con el pueblo con tranquilidad y nunca volvió a hacer daño a animales humanos o no humanos.
Prdicó con su ejemplo y se afanó en explicar que no maltratar ni hacer daño a los animales es el primer deber de un humano, pues las personas tienen la misión superior de estar al servicio de ellos. Sin duda el Evangelio apoya esta aseveración, quien más tiene más tiene que dar; los últimos serán los primeros; quienes tienen más poder deben usarlo para proteger a los más débiles y no al revés.
San Francisco hablaba y predicaba a los pájaros y bandadas de aves se reunían ante el santo mientras él hablaba.
En el libro Las Florecillas menciona San Francisco que los pájaros lo escuchaban atentamente:
"San Francisco alzó los ojos, y vio en los árboles una gran multitud de aves; y muy sorprendido, le dijo a sus compañeros: ‘Espérenme aquí, mientras voy a predicar a mis hermanas las pequeñas aves’ Entró en el campo, comenzó a predicar a los pájaros que estaban en el suelo, y de repente todos los que estaban en los árboles llegaron a su alrededor, y todos lo escucharon mientras San Francisco les predicaba, y no volaron hasta que los bendijo.”
Otro de los milagros por los que contribuyerona su canonización fue congeniar con un feroz lobo que aterrorizaba la zona donde vivía, en Gubbio, volviéndolo manso y colaborador, ambos se reunían con la intención por parte de Francisco de amansarlo y reconvenirlo, rezó y lo bendijo acercándose a él diciéndole:
"Ven aquí, hermano lobo: Te mando en el nombre de Cristo que no me hagas daño a mí ni a ninguna persona".
Obedeció el cánido cerrando la boca, bajando la cabeza y, lentamente se arrastró hacia San Francisco, que seguía hablándole y le pidió que hiciera las paces con la gente del lugar para que estuviesen tranquilos y, con ello, no lo persiguieran más. Aceptó el lobo el compromiso inclinando la cabeza, moviendo los ojos y la cola para indicar conformidad con las palabras del santo, quien se aseguraría de que el pueblo de Gubbio lo alimentara regularmente al aceptar el lobo la promesa de no volver a hacer daño a ninguna persona ni a ningún animal. Santo y lobo estrecharon sus manos, el lobo le dió la mano al santo, tras la petición de Francisco:
"Hermano lobo, quiero que mes jure lealtad con respecto a esta promesa, para poder confiar completamente en ti".
El lobo vivió en Gubbio interactuando con el pueblo con tranquilidad y nunca volvió a hacer daño a animales humanos o no humanos.