San Blas nació en una familia poderosa económicamente y siempre consideró más valiosa la búsqueda de la riqueza espiritual que las riquezas materiales. Fue muy joven obispo de Sebasta y fue perseguido por los romanos por ser cristiano.
De su holgada vida pasó a vivir en una cueva tras escuchar un mensaje de Dios, que le encargó continuar su ministerio desde la propia cueva, donde se dedicó a atender a los animales salvajes que estaban enfermos o heridos, les daba refugio en la cueva que habitaba y en otros lugares próximos a la misma, sanándolos de forma milagrosa algunas de sus enfermedades y lesiones. Pero por la zona pasaron cazadores que fueron a descubrirlo en la cueva y fue martirizado por su fe en tiempos del emperador Licinio.