En los anales de las tragedias marítimas, pocos eventos resuenan tan profundamente como el hundimiento del Titanic. Sin embargo, una historia menos conocida es la de Jenny, la gata del Titanic, cuya intuición y actos heroicos pueden haber salvado vidas.
Jenny, una felina común, había sido llevada a bordo del majestuoso transatlántico para cumplir una misión práctica: combatir a los roedores. Su hogar era la cocina del barco, donde se convirtió en la compañera inseparable de Jim Mulholland, un trabajador a bordo. Durante las pruebas en el mar, Jenny dio a luz a una camada de gatitos, y Jim, conmovido por la dedicación de la madre, les encontró un lugar acogedor cerca de las calderas.
Para Jenny, la vida en el Titanic parecía ideal: un lugar cálido, sus adorados gatitos y las sobras que Jim le traía. Pero cuando el Titanic atracó en Southampton, Inglaterra, para su viaje inaugural hacia Nueva York, algo cambió en la gata. Observó atentamente su entorno y, de repente, comenzó a llevar a sus gatitos, uno por uno, fuera del barco, sujetándolos suavemente por el cuello.
Jim, intrigado y preocupado, observó el comportamiento inusual de Jenny. "¡Este gato debe saber algo que nadie más sabe!", pensó. Movido por una corazonada y la inquietante actitud de Jenny, Jim decidió seguir su ejemplo. Rápidamente reunió sus pertenencias y abandonó el Titanic.
La decisión de Jim, guiada por los instintos de Jenny, resultó ser providencial. Poco después, el Titanic partió hacia su destino final, donde encontraría su trágico fin en las heladas aguas del Atlántico Norte.
Años más tarde, la historia de Jenny y Jim fue publicada por Irish Road, después de que un periodista entrevistara a un anciano Jim, quien relató cómo había sobrevivido gracias a la advertencia de Jenny y sus gatitos. En retrospectiva, la intuición de la gata y la confianza de Jim en ella le salvaron la vida, convirtiendo a Jenny en una figura legendaria, cuya historia perdura como un recordatorio de que, a veces, los animales perciben peligros que nosotros no vemos.