En los días oscuros del sitio de Leningrado, cuando el frío y el hambre cobraban vidas cada jornada, un gato llamado Vaska se convirtió en un salvador inesperado para una familia. No vestía uniforme ni blandía armas, pero sus patas ligeras, mirada alerta y sigilo felino fueron tan decisivos como cualquier acto heroico. Cada mañana salía a merodear entre ruinas y nieve. Su dueña, una mujer de carácter firme y manos agrietadas por el invierno, lo esperaba con su pequeña en brazos. Con lo que Vaska traía —un ratón, un gorrión, o a veces solo unas plumas— improvisaban un caldo que les permitía resistir un día más. El gato, paciente, se acomodaba junto al fogón mientras el olor de la comida llenaba el aire. Por las noches, los tres compartían una misma manta, resguardándose del frío y del silencio. En una ocasión, antes de que las sirenas anunciaran peligro, Vaska comenzó a maullar y a correr inquieto por la casa. La mujer entendió la advertencia sin necesidad de palabras: tomó a su...